TAFIOFOBIA

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Han caducado todos los yogures,
las magdalenas y esas galletas
con sabor a tierra que no quería
ni el perro del vecino.
Quedan tres sobres de ibuprofeno
y aunque a menudo me duele la cabeza
mi mano se frena en el acto
que recuerda tus terribles jaquecas.

A buenas horas he encontrado el lugar
donde guardabas el chocolate.
Ahora que todo lo dulce produce nostalgia
y toda la nostalgia te trae de vuelta,
como una ola que en lugar de romper
vuelve al punto de origen
e imita el movimiento tantas veces
que todo el mar depende de ella.

Han crecido nuevos geranios en la terraza
y el cactus me sorprendió con una flor preciosa
que murió al día siguiente,
como si sin haberte conocido
te hubiera echado de menos.

El paisaje tras las cortinas es el mismo,
pero sin ti parece que lo ha garabateado
el niño hiperactivo de la vecina de arriba.

He metido tus libros en una caja de cartón
que ahora duerme bajo la cama,
consiguiendo así que Bukowski
no se retuerza en su tumba
por estar rodeado de esa prosa barata
que te hacía soñar con hombres
que él nunca podría haber sido.
Ni yo quise.

La casa parece el principio de una tregua,
aunque haya más paz en el centro
de un centro comercial en rebajas,
que en cualquier pasillo que te vio desnuda.

Tus notas en la nevera bostezan de abandono.
A veces me llevan a una huelga de hambre
y otras al insulto más bello.
Mamá dice que debo arrancarlas cuanto antes,
pero tengo miedo de no saber quién soy,
si tu caligrafía de reina de las curvas
no me lo recuerda.

Es similar a esa estupidez que hago los fines de semana
cuando rocío con vehemencia
algunas habitaciones con tu perfume,
como si pudiera engañar al pasado
con tres toques de spray.
O lo de abrir tus cajones para que tu ropa interior
fotografíe en mi memoria alguna escena,
donde eras más diosa que puta
y más puta que bella
y más bella que nadie.

Lo peor son la noches, como decía Sabina.
La oscuridad comiéndose el ruido lentamente,
Shameless de fondo por si me pongo demasiado triste,
las mantas sobre el sofá que ocupabas
cuando necesitabas destripar los pensamientos
y el frío eran dos cuerpos lejos del abrazo.

Lo jodido es la madrugada, como diría cualquiera
que ha perdido la luz al final del túnel.
La sed que sólo calmaría un beso
o el hambre reducido al aroma de tu coño.
Contar una y otra vez las manchas del techo hasta dormirme,
viajar sin moverme un centímetro
hacia un perdón que no llegará nunca,
o llegará tarde.
Desear que la vida te vaya de puta pena,
porque la pena es puta aunque no nos cobre.

Lo terrible es vivir sin saber si me he muerto
y si digo morir me refiero a tu vida.
No a la muerte que dejas en tu ausencia infinita,
si no a la vida que robas para morirte por otro.
Que es morirse dos veces
sin vivir una vida.

La de matarme conmigo.
Y la de morirme sin ti.

Ernesto Pérez Vallejo

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