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Lo que nos diferencia
de aquellos que creían
poder darse la vida en un beso
y que querían meter
el infinito en una noche,
son muchos daños.
Parece que hayamos huido de aquello que abrazamos con todas nuestras fuerzas. Y sin darnos cuenta estamos ya muy lejos. Me mirabas desorientada, como una niña pequeña perdida en la inmensidad de algo que ninguno de los dos llegó a comprender. A oscuras y asustados, no nos quedaban sábanas con las que taparnos de ese miedo. Sí es cierto que a mí la vida siempre me ha dado vértigo, y vivir me parece como hacer funambulismo sobre el poco equilibrio que me puede ofrecer la esperanza. Yo te prometo que cierro los ojos y sigo, pero a veces te chocas contra ti mismo y de eso no te salva nadie. Te quedas sin aire y entonces respirar se vuelve más deseo que necesidad. Aunque siguen habiendo cosas que me cortan el aliento: algunas heridas. Y la verdad es que construimos entre los dos suficiente distancia, tanta como para enterrarnos muy al fondo. Nadie nos avisó, y no me extraña, no hay alarmas que te indiquen cuándo va a comenzar a llover. Había indicios, pero el amor era ciego, y nos cegó. Y tarde un “lo siento” no detiene las balas. No cierra puertas. No nos puso en la boca otras palabras. “Me voy y que sepas que la que quería quedarse para siempre te echará de menos”. Toma, no olvides meter en tu maleta estos sentimientos que ya no me sirven aquí.
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