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El adiós no empieza a resonar al dar la espalda
sino al mirar de frente y hallar en quien te amó
el rostro de un anónimo.
Ese día
habré de convertirme en algo que se tensa,
en algo que se apolilla y daña
cuando de ti no sobre nada más que la noche,
cuando busques quedarte y yo me vaya.
Será duro arribar a una ciudad sin nombre
que no tenga tu voz ni desprenda tu sangre,
deambular por sus calles mendigando recuerdos,
conduciendo el pasado hacia la luz.
Ese día
seré herida en tu carne y mudarás de piel
—como quien arrastra lo que olvida—
dejando a la intemperie tu tórax, tu armadura,
tu batalla perdida, tu pecho Gladiador.
Grabado en mi interior cual cálamo indeleble,
antes de abandonar el valor de insistir(te),
acoplaré el abrazo al espacio faltante
del puzle de una vida que nunca concluyó.
Serás mi norte, mi sur y mi bandera,
turista de mi cuerpo, habitante,
no aprendo a despedirme de lo que hoy te quiero
ni tampoco de todo lo que te quise antes.
Estefanía Mitre
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