Ella se adentraba en el bosque y se perdía entre el follaje. Él estaba corriendo tras ella, viendo su espalda moverse al compás de sus pasos agigantados para que no pudiera alcanzarla. Su blusa descubierta de la parte de atrás permitía que él observara cada línea, cada lunar, cada peca y hueso sobresalido que él no había notado siquiera cuando le hacía el amor.
Y entre más se adentraban en lo espeso del bosque ella iba tomando flores y arbustos con sus manos, las ramas se perdían en su cabello para acompañarla a casa, las hojas saltaban de las copas de los árboles para aterrizar en ese ser que irradiaba felicidad y pasión. Mientras que el sujeto tras ella la miraba con admiración y agradecía a los cuatro vientos aquella escena que contemplaba: la fusión entre las dos cosas que más amaba en este mundo: esa mujer que tanto había esperado y la naturaleza que la creó.